COMUNIDAD Y CONVIVENCIA
La comunidad es el lugar en el que debemos recrearnos. Es necesario que fortalezcamos nuestra vida comunitaria. La fidelidad evangélica y la calidad de vida o el grado de satisfacción personal dependen de la calidad de la convivencia.
Todos los malestares e insatisfacciones entre los miembros de la vida religiosa tienen que ver con los problemas de convivencia que ha de ser humanamente sana y evangélicamente fraterna, también dependen del nivel de satisfacción de sus miembros.
El éxito fundamental de la vida de las personas consiste en el amor y en la comunicación personal, en el reconocimiento mutuo de la dignidad de las personas, en tomar en cuenta y ser tomada en cuenta, en la prestación mutua de apoyos solidarios y en el intercambio de experiencias.
El mayor fracaso es la sensación de no amar a nadie ni ser amado por nadie. Es la sensación de soledad absoluta. Los medios de comunicación nos han invadido pero por otra parte, no ha habido una etapa media entre las estructuras rígidas que fueron desapareciendo y no hemos sabido sustituirlo por una vida comunitaria más evangélica. Por eso a veces nos sentimos vacía
Para construir el tejido comunitario en la vida religiosa y para garantizar la calidad de la convivencia es necesario: Hacer conciencia de la común vocación de que todas las hermanas hemos sido llamadas por el Señor, estamos en la comunidad con todo el derecho a compartir esta vida, nos merecemos la acogida, el respeto y la consideración. Es necesario hacer conciencia de nuestra común fe en Cristo Jesús. Para vivir juntas necesitamos ser capaces de profesar juntas la fe. La Celebración de la fe unidas. Un grupo humano que no celebra se muere. Si falta la común celebración de la fe, pronto la comunidad religiosa se convierte en una residencia de célibes.
Nuestra convivencia fraterna se fundamenta en el amor a Dios, se expresa, crece y se fortifica en la Eucaristía y se nutre con la oración comunitaria, fuente profunda de nuestro apostolado. Ella mantienen en nosotras la actitud de respuesta a la voluntad salvífica de Dios, facilitando el servicio a los hombres y mujeres, dentro del propio carisma.
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