Necesitamos
lucidez y audacia para descubrir los
signos del Espíritu y acoger con generosidad las iniciativas y creatividad de
quienes se atreven a proponer nuevas
respuestas a las urgencias de nuestro
tiempo. Precisamos de valentía también de mucha generosidad para transitar
caminos de hoy. Las hermanas esperan en Dios, pero, también, esperan de
nosotras nuevas estrategias y respuestas generadoras de vida que alienten la
esperanza y no apaguen las ilusiones.
La voluntad
que todas pongamos en estos días nos ayudará a ofrecer lo mejor de nosotras
mismas, descubriendo la riqueza de cada hermana en la Congregación,
sintiéndonos favorecidas con los dones que cada una aporta. Sin duda,
Jesucristo se hace palpable, encarnado, en cada ser. Que sepamos descubrirlo la
una en la otra para ofrecerlo
simbólicamente al mundo, desde esa vitalidad y ternura que a cada una le
habita.
Contamos con
muchas hermanas que oran por nosotras. Contamos con la sencillez y audacia de
nuestras Mártires y Beatas, Carmen, Rosa y Magdalena; contamos con las palabras
siempre oportunas que contagian ánimo, valentía y compromiso de nuestro
Fundador. Palabras cargadas de vida y que hacen eco en toda circunstancia como
por ejemplo: “Estoy contento con el buen Espíritu de mis hijas” o “Déjense de
temores: alegría y franqueza y trabajando siempre para la gloria de Dios”.
Que María nos haga experimentar la
alegría propia de nuestra identidad misionera. Que junto a Ella, en estos días,
meditemos la Palabra, sintamos el gozo de entonar juntas el Magníficat, el
canto de las personas agradecidas y de las que miran hacia delante
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